Nota:

Los artículos de la materia Columna de Opinión estarán identificados con un (OP) y los de Crónica Escrita, con un (CR).

21 octubre, 2011

DJ, ¡dame más salsa!

Un jueves a las siete de la noche, en Galería Café Libro, el ambiente es de total distensión. Desde la entrada ya se siente el calor de un lugar acogedor y se percibe la alegría que transmite la música caribeña. Mientras algunos de los clientes terminan de comer, otros toman un coctel y otros cuantos ya están en la pista, un cuadrilátero de madera de unos veinticinco metros cuadrados. Quien los ve pensaría que lo que hacen en ese momento es lo que más les gusta hacer en la vida: bailar salsa. Sus hábiles movimientos y la gran sonrisa en su rostro demuestran el gusto que tienen por este género musical que llegó a Colombia a finales de los años sesenta, primero a las ciudades de Cali, Barranquilla y Buenaventura y que luego contagió al resto del país.
Frente a la pista de baile está la barra y atrás de ella, dos disc-jockeys. Uno de ellos conversa con un mesero; el otro, el de los enormes audífonos puestos, está de espaldas, moviendo sutilmente sus pies al ritmo de la música, buscando un CD entre la colección de discos que llena la pared que divide la barra de la cocina del restaurante. Luego de encontrar lo que buscaba, se voltea y le pasa el CD a su compañero. Es Johan Ancines, quien trabaja allí desde hace casi diez años, gozando cada noche y poniendo las canciones más solicitadas por los clientes.
Johan- Dado el boom de la novela y la triste muerte del Joe, ahora su música es la que más me piden.
Ana Milena- ¿O sea que de los clásicos ya poco le piden?
J- No, por supuesto que todavía hay personas que se acercan a pedirme música de Niche y Guayacán, además de los temas clásicos de la salsa, todos los artistas que pertenecieron a la Fania All Stars; por ejemplo Rubén Blades, Willie Colón, Héctor Lavoe, Celia Cruz.
AM- Para trabajar en un sitio así, me imagino que su género favorito debe ser la salsa…
J- ¡Claro! Es algo que va por mis venas, me apasiona y me hace feliz. En la salsa hay varios géneros o ritmos; los que más me gustan para bailar son el mambo y la pachanga y para escuchar, la guajira y la charanga.
Mientras suena 'El Preso' y cada vez más personas se levantan de su silla y salen enérgicos a bailar, Johan me comenta que decidió trabajar allí porque se le dio la oportunidad de entrar y aprender de los más grandes disc-jockeys: “para todo DJ de salsa lo máximo es trabajar en un sitio reconocido como lo es Galería Café Libro”.
AM- Hace un rato me comentó que, hace seis años, antes de llegar a la sede del Parque de la 93, trabajaba en la sede de Palermo, ¿cuál le gusta más?
J- Todas las sedes tienen su magia, su carácter propio. La 81 era un sitio maravilloso que me encantaba pero la 93 es mi sitio, he crecido con él y es mi preferido.
Mientras él buscaba en su cartera fotos para mostrarme los cambios que ha tenido el sitio a través de los años, le pregunto si hay alguna razón en especial para preferir la sede de la 93:
J- Porque de los siete años que lleva funcionando, yo he trabajado seis como DJ principal. Este sitio lo he podido amoldar a mi estilo y la gente siempre goza y la pasa muy bien, eso me hace sentir satisfecho y feliz. Es un espacio muy chévere, los clientes son muy especiales y el equipo de trabajo es genial.
AM- A pesar de estar trabajando, ¿sí tiene oportunidad de gozarse los conciertos?
J- Sí, no me los pierdo. Los conciertos que presentamos son muy buenos y es un placer ver y conocer todos esos artistas en vivo.
Este hombre, quien trabaja de miércoles a sábado desde la tarde hasta la madrugada, dice que lo más difícil de su horario es el trasnocho, pues de día no se duerme igual que de noche. Como hace esto desde hace once años, su familia ya está acostumbrada a que trabaje toda la noche, llegue a casa en la mañana y duerma durante el día.
Uno de los meseros se acerca y le pasa a Johan una Coca-Cola y un plato de papas chips. Éste le agradece con una sonrisa y un espaldarazo. Entonces le pregunto por la relación con sus compañeros de trabajo:
J- Con los más antiguos es una relación de muchísima confianza, son como mis hermanos, pues paso la mayor parte de mi tiempo con ellos. Con los demás también llevo buena relación, además el ambiente de trabajo es de rumba, entonces siempre la pasamos bien.

Galería Café Libro: sin galería, sin café y sin libros (Corrección de narrador protagónico)

(CR)
A las seis y media de la tarde, los restaurantes y bares del Parque de la 93 tienen apenas un par de mesas ocupadas. Diferentes ritmos ambientan la zona y poco a poco la gente va llegando de sus trabajos a pasar la noche del miércoles entre amigos, costumbre que tienen algunos bogotanos desde 1994, cuando se abrió el parque gracias a la Asociación Amigos del Parque 93. A medida que me voy acercando a Galería Café y Libro distingo a mis amigos, que me esperan en la entrada con una sonrisa. Le doy a mi primo con un fuerte abrazo, pues llevábamos tiempo sin vernos, luego saludo a mi amigo, quien me presenta a una amiga suya. Antes de entrar les comento que fuimos allí por recomendación de mi padre, quien ha ido varias veces y me dijo que tiene música buena y el ambiente es agradable, por lo que tenía grandes expectativas con el lugar.

Aristarco Perea Copete
Entramos y nos recibió el bouncer, que estaba parado junto a un cartel que decía ‘Aporte cultural: $10.000’. Él nos explica que esa noche se proyectará el documental musical “Arista Son”, de la directora Libia Stella Gómez Díaz, sobre el cantante colombiano Aristarco Perea Copete. Arista, como es conocido artísticamente, en conversaciones con Juan Manuel Roca y Mariela Agudelo, expresó que a los ocho años ya había compuesto su primera canción: “se titulaba El Rosal y estaba dedicada a un amor platónico, a una muchacha que estudiaba en el internado en el que trabajaba mi hermana”. Cuenta que en su casa le prohibían a él y a sus hermanos hacer música, pero este artista era sordo ante los regaños de su padre, “eso me vino por vena y no fue posible que me dejara de interesar”
Éramos los primeros clientes de la noche. Decidimos sentarnos en la terraza, que se veía más acogedora que el interior del lugar. Mis amigos querían un coctel y yo, un café para aliviar el frío de la noche. Un árbol de tronco grueso, abrazado por una manguera de luces amarillas y con un banquito de madera alrededor, atraviesa el techo, una especie de carpa de varios colores. Las sillas playeras de colores y el calor que emanan la chimenea y los calentadores me daban la sensación de estar en el Caribe. Por un momento creí estar en mi querido Puerto Rico, donde viví durante casi cinco años; esa pequeña isla de donde emigraron hacia Nueva York salseros geniales, de la talla del Gran Combo, Eddie Palmieri, con su orquesta Revolución, y Tito Puente, con Santitos Colón. 
Nos sentamos frente a una pantalla grande donde se proyectaban fragmentos de concursos de bailarines de salsa y alguno que otro video musical de artistas pop colombianos. Como me habían dicho que el sitio era exclusivo de salsa, además de ésta y Son Cubano, no pensé escuchar Reggae, Jazz o música de Andrés Cepeda y Carlos Vives, lo que hizo de mi estadía en el lugar muy agradable, pues como dicen popularmente, en la variedad está el placer; en este caso, la variedad de música que ambienta el lugar.
A pesar de que pasé un buen rato y la música fue de mi agrado, me quedé con las ganas de ver la galería, pues lo único que encontré fue una pequeña vitrina con joyas de piedras y diseños colombianos ubicada en la entrada. En realidad esperaba ver cuadros o pinturas expuestas en las paredes o al menos en algún rinconcito (más delante descubrí que tras una gran puerta, cerrada en ese momento, el restaurante tiene un enorme salón, cuyas paredes sí están decoradas por pinturas de naturaleza). Lo que más me llamó la atención del lugar fue la puerta del baño: la pintura de una Mona Lisa desfigurada, sin ropa interior, orinando. También me quedé con las ganas del café, que según me dijo el mesero, solo venden hasta las cuatro de la tarde.
La proyección del documental, que debía empezar a las 8:30, inició a las 9:00 con apenas diez personas adentro y unas seis en la terraza. En mi parecer el evento no tuvo la acogida esperada porque no fue bien difundido. Aquella noche me quedó la sensación de desilusión, pues esperaba mucho más del restaurante. Al irme lo único que pensé fue “¿dónde está la galería, dónde está el café, dónde están los libros… y dónde está la gente que le da alegría y vida al lugar?”

Ensayando con Elton John -Diálogo Imaginario

(CR)
Es 25 de agosto de 1970 y, como todos los martes por la noche, en el club Troubadour en el bulevar de Santa Mónica se presenta un nuevo artista con la ilusión de saltar al estrellato. El club es un salón amplio pero acogedor, pues sus enormes cortinas de terciopelo a ambos lados del escenario y los cómodos sillones alrededor de las mesas dan la sensación de estar en una exclusiva sala de cine.
Mientras esperamos atentos el inicio de la presentación, Doug Weston, dueño del local, un hombre de unos cincuenta años, alto, canoso y con bigote me dice que hace diez años abrió este espacio para aprovechar el boom de la música folk:
“Siempre he tenido buen oído para los jóvenes cantautores. Abrí este sitio para invitarlos a presentarse y darles la oportunidad de que agentes de la industria discográfica los escuchen y juzguen por sí mismos si el chico tiene o no futuro como artista”, explica.
Elton John, 1970
Esta noche el invitado es un joven inglés que cobró sólo quinientos dólares por la semana de actuaciones: una serie de seis conciertos que le darían a su carrera el impulso que ni él mismo imaginó. El lugar está atestado de críticos, programadores de conciertos y responsables de las emisoras de radio, todos esperando ver a la próxima estrella de rock. Veo que hablan entre ellos como si fueran los mejores amigos; nadie pensaría que están allí observando, listos para ofrecer la mejor propuesta al nuevo artista y llevárselo a su disquera.
Elton John, con sus veintitrés años de edad, barba corta y tupida y las palabras “Rock’n’Roll” inscritas en su camiseta, sube al escenario donde hay un enorme piano de cola iluminado por una intensa luz blanca, se sienta y empieza a interpretar “Young Star”.
     Ana Milena- Sí que es suave esta canción, muy diferente a lo que hemos oído hasta ahora, le dije a Weston, que estaba a mi lado.
Doug- Lo sé. El público parece consternado, ¿Qué será que susurran?
AM- Seguramente hablan de su falta de actitud; además no domina el escenario. ¿Será que no va a dar la talla?
Doug- Acepté traerlo a cantar cuando supe de su editor musical. Dick James representa a grandes como John Lennon y Paul McCartney, así que algo bueno debe tener este chico. Es cuestión de esperar a que se sienta cómodo y nos lo demuestre.
Y no se equivocó. El concierto fue avanzando y Elton John demostraba cada vez más confianza. Sorprendió a todos cantando “Burn Down the Mission”, cuando inesperadamente se levantó, pateó la banqueta del piano y cayó de rodillas sobre el piso de madera del escenario.
Doug- “Mira la furia con que golpea el teclado, ¡como los grandes del Rock’n’Roll! ¿Viste?, te lo dije, ¡él va a ser grande!”, gritó Weston eufórico.
AM- Sí, eso parece. Me recuerda a Jerry Lee Lewis, ¡es tan enérgico!
Una vez finalizada su semana de presentaciones en el Troubadour, acompañé a Elton y a su amigo y compositor Bernie Taupin a una prueba de sonido. Estábamos en un pequeño estudio, con las paredes cubiertas de espuma y lleno de cables, micrófonos y mezcladores de sonido. A duras penas cabíamos allí Elton, Bernie, el baterista, el bajista, otras dos personas que nunca descifré su función y yo. Allí le pregunté por sus artistas favoritos, a lo que respondió con gran decisión:
Elton- ¡Me encantan los Beatles! También admiro a Dylan y a todos los de Motown.
Motown Record Corporation, fundada por Berry Gordy, Jr., es una discográfica estadounidense dedicada especialmente a la música negra y ha tenido gran influencia en la integración racial de la música popular y en la difusión del Soul.
Entre número y número, mientras Elton se limpiaba el sudor y tomaba un poco de agua, aproveché para seguir conversando:
AM- Tocas el piano como si hubieras nacido atado a él…  
Elton- Casi fue así [entre risas]. Más que un instrumento, el piano es una extensión de mi cuerpo. Desde que tengo memoria comparto con mi padre la pasión por la música. Supongo que es algo que se lleva en la sangre. 
AM- ¿Así que fue tu padre quien te enseñó a tocar?
Elton-  A él le gustaba pero no sabía hacerlo, así que hizo hasta lo imposible para conseguirme una beca en una academia. A los once años entré a  la Royal Academy of Music en Londres, donde fui educado hasta los diecisiete, cuando abandoné la escuela para dedicarme al Rock.
AM- Estás apenas empezando y ya muchos predicen grandes éxitos en tu carrera musical…  
Elton- Esperemos que así sea, porque para mí no existe nada más que esto. La música es mi vida. ¡Yo soy música!, gritó enérgico, levantando los brazos como si acabara de ganar una carrera, mientras se alejaba.
Se acercó a sus músicos y dio algunas instrucciones al bajista. Éste, solo asintiendo con la cabeza a cada palabra de Elton, empezó a afinar su instrumento. Elton regresó a la esquina donde me había dejado.
Elton- Disculpa hermano, pero debo ocuparme de todo. La presentación de esta noche, como todas, debe ser perfecta, debe ser la mejor.

20 septiembre, 2011

Galería Café Libro: sin galería, sin café y sin libros

(CR)
A las seis y media de la tarde, los restaurantes y bares del Parque de la 93 tienen apenas un par de mesas ocupadas. Diferentes ritmos ambientan la zona y poco a poco la gente va llegando de sus trabajos a pasar la noche del miércoles entre amigos. A medida que me voy acercando a Galería Café y Libro distingo a mis amigos, que me esperan en la entrada con una sonrisa. Fuimos allí por recomendación de mi padre, que dijo que la música es buena y el ambiente es agradable, por lo que tenía grandes expectativas con el lugar. Entramos y nos recibió el bouncer, que estaba parado junto a un cartel que dice ‘Aporte cultural: $10.000’. Él nos explica que quienes se ubican en la terraza no deben pagar para entrar, pero que quienes quieren ver el documental musical “Arista Son”, sobre el cantante colombiano Aristarco Perea Copete, y luego disfrutar de la fiesta, entonces sí debían hacer el aporte. 

Éramos los primeros clientes de la noche. Decidimos sentarnos en la terraza, que se veía más acogedora que el interior del lugar. Mis amigos querían un coctel y yo, un café para aliviar el frío de la noche. Un árbol de tronco grueso, abrazado por una manguera de luces amarillas y con un banquito de madera alrededor, atraviesa el techo, una especie de carpa de varios colores. Las sillas playeras de colores y el calor que emanan la chimenea y los calentadores me dan la sensación de estar en el Caribe. Por un momento creí estar en mi querido Puerto Rico, donde viví durante casi cinco años.

Nos sentamos frente a una pantalla grande donde se exhiben fragmentos de concursos de bailarines de salsa y alguno que otro video musical de artistas pop colombianos. Como me habían dicho que el sitio era exclusivo de salsa, nunca pensé escuchar Reggae, Jazz, el Son Cubano que tanto me gusta o música de Andrés Cepeda y Carlos Vives, lo que hizo de mi estadía en el lugar muy agradable, pues como dicen popularmente, en la variedad está el placer.

A pesar de que pasé un buen rato y la música fue de mi agrado, me quedé con las ganas de ver la galería, pues lo único que encontré fue una pequeña vitrina con joyas de piedras y diseños colombianos ubicada en la entrada. En realidad esperaba ver cuadros o pinturas expuestas en las paredes o al menos en algún rinconcito. Lo que más me llamó la atención del lugar fue la puerta del baño: la pintura de una Mona Lisa desfigurada, sin ropa interior, orinando. También me quedé con las ganas del café, que según me dijo el mesero, solo venden hasta las cuatro de la tarde.

 La proyección del documental, que debía empezar a las 8:30, inició a las 9:00 con apenas diez personas adentro y unas seis en la terraza. En mi parecer el evento no tuvo la acogida esperada porque no fue bien difundido. Aquella noche me quedó la sensación de desilusión, pues esperaba mucho más del restaurante. Al irme lo único que pensé fue “¿dónde está la galería, dónde está el café, dónde están los libros… y dónde está la gente que le da alegría y vida al lugar?”

14 septiembre, 2011

Tema crónica: Salsa en Bogotá

(CR)
La Salsa es un género musical que resultó de la fusión de ritmos e instrumentos africanos y españoles. Los primeros aportaron principalmente los tambores, mientras que de los segundos se adicionaron la guitarra, el piano y las trompetas. El género surgió como medio de adoración de los esclavos africanos a sus dioses. Más adelante, la nostalgia de los inmigrantes latinoamericanos, que habían ido a los Estados Unidos a buscar mejores oportunidades de  trabajo,  los llevó a tomar elementos del Jazz y mezclarlos con el ritmo ya existente, para aliviar de cierta forma esa tristeza por encontrarse en tierras lejanas. De esta manera surgió en Nueva York lo que hoy conocemos propiamente como Salsa. Algunos de los principales exponentes del género son el Gran Combo de Puerto Rico, Héctor Lavoe y Willie Colón.
En Colombia la Salsa llegó a finales de los años 60 con presentaciones en vivo de Richie Ray y Bobby Cruz. Las ciudades de mayor influencia de este ritmo fueron Barranquilla, Cali y Buenaventura. Los años 80 fueron la época dorada de la salsa caleña, pues nació el Grupo Niche, con una gran acogida entre el público. Algunos de los artistas colombianos más reconocidos en el género son Fruko y sus tesos, Grupo Guayacán, La 33, Catalina La O, Alquimia, entre otros.
En parte el auge y gran acogida de la Salsa se debe a la capacidad de sus canciones para conectarse con las vivencias cotidianas de las personas y de ser un medio de denuncia social ante las injusticias, aunque en ocasiones las letras hablen sencillamente del amor y la alegría de la vida.

11 septiembre, 2011

Mujeres, ¡A denunciar! (2)

(OP)
El maltrato a la mujer no es tema nuevo, ha estado siempre presente en la sociedad y parece no querer desaparecer, al menos por ahora. Recientemente, Hernán Darío 'El Bolillo' Gómez fue protagonista de un escándalo mediático por haber agredido físicamente a una mujer y fue tal la presión de los medios de comunicación que el Director Técnico de la Selección Colombia presentó la renuncia a su cargo. Afirmaciones como la de la senadora Liliana Rendón, quien dijo públicamente que “hay mujeres que incitan reacciones como  la del ‘Bolillo’”, buscan justificar lo injustificable. Por su parte, campañas como “Ni con el pétalo de una rosa”, desarrollada por Casa Ensamble y la Fundación Plan, luchan para erradicar definitivamente este problema social del que dos de cada tres mujeres es víctima en Colombia. 

En parte las culpables de que se presenten situaciones de violencia en su contra son las mismas mujeres, no porque se lo merezcan sino porque lo permiten. Justifican las acciones de quien las maltrata y no denuncian, o lo hacen pero la retiran antes de que la justicia pueda tomar acción contra el agresor. Hago un llamado de atención a la sociedad y especialmente a las mujeres, para que dejen de justificar todo acto de maltrato físico o verbal y sin temor tomen decisiones radicales que definitivamente las alejen de la situación de violencia en la que se ven involucradas.

Foto:David Schwarz
Alejandra Borrero, líder de la campaña
"Ni con el pétalo de una rosa"
Las cifras de maltrato en Colombia se refieren en su mayoría al físico, pues es el más denunciado, lo cual no significa que en nuestra sociedad no se presenten otras modalidades como el verbal, laboral o sexual, todas con un fuerte impacto psicológico en la víctima. La actriz Alejandra Borrero, quien desde el 2009 promueve el arte como medio de reparación a través Casa Ensamble, centro cultural que dirige, afirma que “la mayoría de las mujeres maltratadas no se atreven a denunciar a sus maridos o librarse del yugo brutal al que están sometidas por miedo a quedarse con las manos vacías, cuando no tienen empleo y se ven obligadas a asumir la crianza y la educación de sus hijos”, dijo en declaraciones al periódico El Espacio. Desafortunadamente el 73% de las colombianas maltratadas no han buscado ayuda (Encuesta Nacional de Demografía y Salud, 2010); en este sentido, el psicólogo Nelson Gómez manifiesta que “la permisividad es muy común en las víctimas. Muchas justifican ser maltratadas”. Entonces la situación de violencia se convierte en un ciclo y la culpa, en compartida. 

Liliana Rendón criticó al presidente Santos por pedir la renuncia de Hernán Darío Gómez a la Selección Colombia. En entrevista con Pregunta Yamid, la senadora del Partido Conservador alega que la acción del exdirector técnico debe verse como provocada pues, según ella, las mujeres tienen una patología que induce a este tipo de reacciones por parte de los hombres. ¿Cómo puede una senadora decir que “si mi marido me casca, yo me la gané, no porque yo acepte que me pegue sino porque tuve que haberlo jodido mucho”? Respecto a la violencia de género, Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas desde 1997 hasta el 2006, dijo que ésta “es quizás la más vergonzosa violación de los derechos humanos. Mientras continúe, no podemos afirmar que estemos logrando progresos reales hacia la igualdad, el desarrollo y la paz”. Definitivamente ningún acto de agresión, ya sea contra un hombre o una mujer, puede ser disculpado; la cuestión es que el problema sigue existiendo porque no se denuncia o, lo que es peor, porque aún muchos lo siguen justificando.

El video, entre otras estadísticas, presenta la dolorosa cifra de colombianas que han sido víctimas de algún tipo de agresión, el 88 por ciento, y lo peor es que aún pocas lo denuncian. Cito al escritor estadounidense Isaac Asimov, quien dice que la violencia es el último recurso del incompetente. A la senadora Rendón, a las mujeres que siquiera por un instante hayan pensado que merecen ser maltratadas y a los hombres que alegan tener el derecho de ‘reprender’ a su pareja; les recuerdo el proverbio indio que dice “aunque tu mujer haya cometido cien faltas, no la golpees ni con una flor”, eso que desde pequeños les repiten y muchos parecen olvidar con los años.

La injustificable violencia contra la mujer sigue existiendo porque las víctimas lo permiten y no denuncian a su agresor por miedo a quedar solas, a cargo de sus hijos. Con la escandalosa cifra de colombianas víctimas de algún tipo de agresión queda la inquietud, ¿qué esperan para denunciar?

06 septiembre, 2011

Notas sobre los objetos que ocupan mi carro (A propósito de “Objetos que ocupan mi mesa de trabajo”, de George Perec")

(CR)
A pesar de haberlo comprado hace más de un año, mi carro todavía huele a nuevo. Aunque no son muchas cosas las que guardo en él, entre sus compartimientos sí hay ciertos elementos que, aunque no son indispensables, sí hacen del viaje más agradable y me siento preparada para todo. Dentro de uno de los portavasos hay una pequeña bandera de Colombia que compró mi padre por mil pesos en un semáforo, a propósito de la fiesta del 20 de julio. Resulta que vivimos ocho años fuera del país y ahora que volvimos él es más patriota que nunca, por eso disfruta pegando la banderita en el parabrisas, bajo el retrovisor. Yo, en cambio, no lo soy, por eso la quito y escondo cada vez que me subo al carro.
En el otro portavasos hay todo tipo de recibos y volantes arrugados en bolita. Además siempre hay empaques de dulces o galletas cuidadosamente amarrados en forma de nudo. Es algo que hago con absolutamente todos los empaques de lo que como, sin importar el tamaño. Es una manía que aprendí de mi madre, que lo hace desde que tengo memoria, y adopté porque la considero la mejor forma de reducir el tamaño de la basura. A veces pienso que se ha convertido en un trastorno, pues es inevitable hacerlo y he llegado al punto de doblar empaques que no son míos. Al lado, en el compartimiento para las monedas, hay unos seiscientos pesos repartidos en monedas de distintos valores, útiles para colaborar con los artistas callejeros e indigentes que buscan su sustento en los semáforos de Bogotá.
En la guantera está el manual de uso que nunca leí, pero que sigue ahí porque “uno nunca sabe”, una carpeta con los papeles reglamentarios, una caja de pañuelos Kleenex que escogí por su colorido diseño de sandalias playeras y un cargador de auto con adaptador, con el que cargo desde el celular hasta la batería de la cámara, pues siempre olvido hacerlo antes de salir de casa. Otra cosa que olvido con facilidad es llevar mi iPod, ¡y cómo quisiera no olvidarlo!, pues a decir verdad la repetitiva música de las tres emisoras que escucho me cansa; además soy feliz manejando y cantando con mis playlists de Ricky Martin y Ricardo Arjona.
En el apoyabrazos de la puerta hay pequeñas bolitas de aluminio: el empaque de los chocolates Noggy que me regaló mi amiga Stefanía y que como ansiosamente durante día y noche. El día que me los dio había un asado en mi casa. Mientras los viejos amigos de mis padres hablaban y veían el partido final del Mundial Sub-20 de fútbol, ella y yo tomábamos Baileys y resolvíamos el taller de Crónica Radial. 
Ahora que hablo de mi amiga, recuerdo aquel Halloween cuando me chocaron. El punto de encuentro para cantarle cumpleaños a nuestro amigo Jerónimo (que cumple el 30 de octubre) y salir todos juntos hacia la rumba, era el apartamento de Stefanía. Manejando por la 116, a tres cuadras de llegar, me encontré con que había algo de trancón. Ansiosa por la congestión, pero sabiendo que era poco el camino que faltaba, decidí relajarme y subir el volumen a la música, cuando sentí el golpe del carro de atrás. Yo, disfrazada, entaconada, peinada y maquillada, me bajé a revisar qué tan fuerte había sido el golpe. Estaba lloviznando y el de atrás no se bajaba. Temblando, no sé si de frío o de los nervios, descubrí que el bumper estaba entre el carro y el piso, colgando apenas de los lados. Entonces el chico del carro de atrás, quien además de joven y guapo resultó ser decente, se bajó y llamamos al Tránsito y a nuestros respectivos seguros. El carro salió como nuevo del taller, pero cada vez que paso por la Pepe Sierra recuerdo el choque y me duele que haya sido apenas tres meses después de comprarlo.
En fin, objetos y anécdotas que hacen de mi carro un lugar especial, una gran caja de recuerdos.