Nota:

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21 octubre, 2011

DJ, ¡dame más salsa!

Un jueves a las siete de la noche, en Galería Café Libro, el ambiente es de total distensión. Desde la entrada ya se siente el calor de un lugar acogedor y se percibe la alegría que transmite la música caribeña. Mientras algunos de los clientes terminan de comer, otros toman un coctel y otros cuantos ya están en la pista, un cuadrilátero de madera de unos veinticinco metros cuadrados. Quien los ve pensaría que lo que hacen en ese momento es lo que más les gusta hacer en la vida: bailar salsa. Sus hábiles movimientos y la gran sonrisa en su rostro demuestran el gusto que tienen por este género musical que llegó a Colombia a finales de los años sesenta, primero a las ciudades de Cali, Barranquilla y Buenaventura y que luego contagió al resto del país.
Frente a la pista de baile está la barra y atrás de ella, dos disc-jockeys. Uno de ellos conversa con un mesero; el otro, el de los enormes audífonos puestos, está de espaldas, moviendo sutilmente sus pies al ritmo de la música, buscando un CD entre la colección de discos que llena la pared que divide la barra de la cocina del restaurante. Luego de encontrar lo que buscaba, se voltea y le pasa el CD a su compañero. Es Johan Ancines, quien trabaja allí desde hace casi diez años, gozando cada noche y poniendo las canciones más solicitadas por los clientes.
Johan- Dado el boom de la novela y la triste muerte del Joe, ahora su música es la que más me piden.
Ana Milena- ¿O sea que de los clásicos ya poco le piden?
J- No, por supuesto que todavía hay personas que se acercan a pedirme música de Niche y Guayacán, además de los temas clásicos de la salsa, todos los artistas que pertenecieron a la Fania All Stars; por ejemplo Rubén Blades, Willie Colón, Héctor Lavoe, Celia Cruz.
AM- Para trabajar en un sitio así, me imagino que su género favorito debe ser la salsa…
J- ¡Claro! Es algo que va por mis venas, me apasiona y me hace feliz. En la salsa hay varios géneros o ritmos; los que más me gustan para bailar son el mambo y la pachanga y para escuchar, la guajira y la charanga.
Mientras suena 'El Preso' y cada vez más personas se levantan de su silla y salen enérgicos a bailar, Johan me comenta que decidió trabajar allí porque se le dio la oportunidad de entrar y aprender de los más grandes disc-jockeys: “para todo DJ de salsa lo máximo es trabajar en un sitio reconocido como lo es Galería Café Libro”.
AM- Hace un rato me comentó que, hace seis años, antes de llegar a la sede del Parque de la 93, trabajaba en la sede de Palermo, ¿cuál le gusta más?
J- Todas las sedes tienen su magia, su carácter propio. La 81 era un sitio maravilloso que me encantaba pero la 93 es mi sitio, he crecido con él y es mi preferido.
Mientras él buscaba en su cartera fotos para mostrarme los cambios que ha tenido el sitio a través de los años, le pregunto si hay alguna razón en especial para preferir la sede de la 93:
J- Porque de los siete años que lleva funcionando, yo he trabajado seis como DJ principal. Este sitio lo he podido amoldar a mi estilo y la gente siempre goza y la pasa muy bien, eso me hace sentir satisfecho y feliz. Es un espacio muy chévere, los clientes son muy especiales y el equipo de trabajo es genial.
AM- A pesar de estar trabajando, ¿sí tiene oportunidad de gozarse los conciertos?
J- Sí, no me los pierdo. Los conciertos que presentamos son muy buenos y es un placer ver y conocer todos esos artistas en vivo.
Este hombre, quien trabaja de miércoles a sábado desde la tarde hasta la madrugada, dice que lo más difícil de su horario es el trasnocho, pues de día no se duerme igual que de noche. Como hace esto desde hace once años, su familia ya está acostumbrada a que trabaje toda la noche, llegue a casa en la mañana y duerma durante el día.
Uno de los meseros se acerca y le pasa a Johan una Coca-Cola y un plato de papas chips. Éste le agradece con una sonrisa y un espaldarazo. Entonces le pregunto por la relación con sus compañeros de trabajo:
J- Con los más antiguos es una relación de muchísima confianza, son como mis hermanos, pues paso la mayor parte de mi tiempo con ellos. Con los demás también llevo buena relación, además el ambiente de trabajo es de rumba, entonces siempre la pasamos bien.

Galería Café Libro: sin galería, sin café y sin libros (Corrección de narrador protagónico)

(CR)
A las seis y media de la tarde, los restaurantes y bares del Parque de la 93 tienen apenas un par de mesas ocupadas. Diferentes ritmos ambientan la zona y poco a poco la gente va llegando de sus trabajos a pasar la noche del miércoles entre amigos, costumbre que tienen algunos bogotanos desde 1994, cuando se abrió el parque gracias a la Asociación Amigos del Parque 93. A medida que me voy acercando a Galería Café y Libro distingo a mis amigos, que me esperan en la entrada con una sonrisa. Le doy a mi primo con un fuerte abrazo, pues llevábamos tiempo sin vernos, luego saludo a mi amigo, quien me presenta a una amiga suya. Antes de entrar les comento que fuimos allí por recomendación de mi padre, quien ha ido varias veces y me dijo que tiene música buena y el ambiente es agradable, por lo que tenía grandes expectativas con el lugar.

Aristarco Perea Copete
Entramos y nos recibió el bouncer, que estaba parado junto a un cartel que decía ‘Aporte cultural: $10.000’. Él nos explica que esa noche se proyectará el documental musical “Arista Son”, de la directora Libia Stella Gómez Díaz, sobre el cantante colombiano Aristarco Perea Copete. Arista, como es conocido artísticamente, en conversaciones con Juan Manuel Roca y Mariela Agudelo, expresó que a los ocho años ya había compuesto su primera canción: “se titulaba El Rosal y estaba dedicada a un amor platónico, a una muchacha que estudiaba en el internado en el que trabajaba mi hermana”. Cuenta que en su casa le prohibían a él y a sus hermanos hacer música, pero este artista era sordo ante los regaños de su padre, “eso me vino por vena y no fue posible que me dejara de interesar”
Éramos los primeros clientes de la noche. Decidimos sentarnos en la terraza, que se veía más acogedora que el interior del lugar. Mis amigos querían un coctel y yo, un café para aliviar el frío de la noche. Un árbol de tronco grueso, abrazado por una manguera de luces amarillas y con un banquito de madera alrededor, atraviesa el techo, una especie de carpa de varios colores. Las sillas playeras de colores y el calor que emanan la chimenea y los calentadores me daban la sensación de estar en el Caribe. Por un momento creí estar en mi querido Puerto Rico, donde viví durante casi cinco años; esa pequeña isla de donde emigraron hacia Nueva York salseros geniales, de la talla del Gran Combo, Eddie Palmieri, con su orquesta Revolución, y Tito Puente, con Santitos Colón. 
Nos sentamos frente a una pantalla grande donde se proyectaban fragmentos de concursos de bailarines de salsa y alguno que otro video musical de artistas pop colombianos. Como me habían dicho que el sitio era exclusivo de salsa, además de ésta y Son Cubano, no pensé escuchar Reggae, Jazz o música de Andrés Cepeda y Carlos Vives, lo que hizo de mi estadía en el lugar muy agradable, pues como dicen popularmente, en la variedad está el placer; en este caso, la variedad de música que ambienta el lugar.
A pesar de que pasé un buen rato y la música fue de mi agrado, me quedé con las ganas de ver la galería, pues lo único que encontré fue una pequeña vitrina con joyas de piedras y diseños colombianos ubicada en la entrada. En realidad esperaba ver cuadros o pinturas expuestas en las paredes o al menos en algún rinconcito (más delante descubrí que tras una gran puerta, cerrada en ese momento, el restaurante tiene un enorme salón, cuyas paredes sí están decoradas por pinturas de naturaleza). Lo que más me llamó la atención del lugar fue la puerta del baño: la pintura de una Mona Lisa desfigurada, sin ropa interior, orinando. También me quedé con las ganas del café, que según me dijo el mesero, solo venden hasta las cuatro de la tarde.
La proyección del documental, que debía empezar a las 8:30, inició a las 9:00 con apenas diez personas adentro y unas seis en la terraza. En mi parecer el evento no tuvo la acogida esperada porque no fue bien difundido. Aquella noche me quedó la sensación de desilusión, pues esperaba mucho más del restaurante. Al irme lo único que pensé fue “¿dónde está la galería, dónde está el café, dónde están los libros… y dónde está la gente que le da alegría y vida al lugar?”

Ensayando con Elton John -Diálogo Imaginario

(CR)
Es 25 de agosto de 1970 y, como todos los martes por la noche, en el club Troubadour en el bulevar de Santa Mónica se presenta un nuevo artista con la ilusión de saltar al estrellato. El club es un salón amplio pero acogedor, pues sus enormes cortinas de terciopelo a ambos lados del escenario y los cómodos sillones alrededor de las mesas dan la sensación de estar en una exclusiva sala de cine.
Mientras esperamos atentos el inicio de la presentación, Doug Weston, dueño del local, un hombre de unos cincuenta años, alto, canoso y con bigote me dice que hace diez años abrió este espacio para aprovechar el boom de la música folk:
“Siempre he tenido buen oído para los jóvenes cantautores. Abrí este sitio para invitarlos a presentarse y darles la oportunidad de que agentes de la industria discográfica los escuchen y juzguen por sí mismos si el chico tiene o no futuro como artista”, explica.
Elton John, 1970
Esta noche el invitado es un joven inglés que cobró sólo quinientos dólares por la semana de actuaciones: una serie de seis conciertos que le darían a su carrera el impulso que ni él mismo imaginó. El lugar está atestado de críticos, programadores de conciertos y responsables de las emisoras de radio, todos esperando ver a la próxima estrella de rock. Veo que hablan entre ellos como si fueran los mejores amigos; nadie pensaría que están allí observando, listos para ofrecer la mejor propuesta al nuevo artista y llevárselo a su disquera.
Elton John, con sus veintitrés años de edad, barba corta y tupida y las palabras “Rock’n’Roll” inscritas en su camiseta, sube al escenario donde hay un enorme piano de cola iluminado por una intensa luz blanca, se sienta y empieza a interpretar “Young Star”.
     Ana Milena- Sí que es suave esta canción, muy diferente a lo que hemos oído hasta ahora, le dije a Weston, que estaba a mi lado.
Doug- Lo sé. El público parece consternado, ¿Qué será que susurran?
AM- Seguramente hablan de su falta de actitud; además no domina el escenario. ¿Será que no va a dar la talla?
Doug- Acepté traerlo a cantar cuando supe de su editor musical. Dick James representa a grandes como John Lennon y Paul McCartney, así que algo bueno debe tener este chico. Es cuestión de esperar a que se sienta cómodo y nos lo demuestre.
Y no se equivocó. El concierto fue avanzando y Elton John demostraba cada vez más confianza. Sorprendió a todos cantando “Burn Down the Mission”, cuando inesperadamente se levantó, pateó la banqueta del piano y cayó de rodillas sobre el piso de madera del escenario.
Doug- “Mira la furia con que golpea el teclado, ¡como los grandes del Rock’n’Roll! ¿Viste?, te lo dije, ¡él va a ser grande!”, gritó Weston eufórico.
AM- Sí, eso parece. Me recuerda a Jerry Lee Lewis, ¡es tan enérgico!
Una vez finalizada su semana de presentaciones en el Troubadour, acompañé a Elton y a su amigo y compositor Bernie Taupin a una prueba de sonido. Estábamos en un pequeño estudio, con las paredes cubiertas de espuma y lleno de cables, micrófonos y mezcladores de sonido. A duras penas cabíamos allí Elton, Bernie, el baterista, el bajista, otras dos personas que nunca descifré su función y yo. Allí le pregunté por sus artistas favoritos, a lo que respondió con gran decisión:
Elton- ¡Me encantan los Beatles! También admiro a Dylan y a todos los de Motown.
Motown Record Corporation, fundada por Berry Gordy, Jr., es una discográfica estadounidense dedicada especialmente a la música negra y ha tenido gran influencia en la integración racial de la música popular y en la difusión del Soul.
Entre número y número, mientras Elton se limpiaba el sudor y tomaba un poco de agua, aproveché para seguir conversando:
AM- Tocas el piano como si hubieras nacido atado a él…  
Elton- Casi fue así [entre risas]. Más que un instrumento, el piano es una extensión de mi cuerpo. Desde que tengo memoria comparto con mi padre la pasión por la música. Supongo que es algo que se lleva en la sangre. 
AM- ¿Así que fue tu padre quien te enseñó a tocar?
Elton-  A él le gustaba pero no sabía hacerlo, así que hizo hasta lo imposible para conseguirme una beca en una academia. A los once años entré a  la Royal Academy of Music en Londres, donde fui educado hasta los diecisiete, cuando abandoné la escuela para dedicarme al Rock.
AM- Estás apenas empezando y ya muchos predicen grandes éxitos en tu carrera musical…  
Elton- Esperemos que así sea, porque para mí no existe nada más que esto. La música es mi vida. ¡Yo soy música!, gritó enérgico, levantando los brazos como si acabara de ganar una carrera, mientras se alejaba.
Se acercó a sus músicos y dio algunas instrucciones al bajista. Éste, solo asintiendo con la cabeza a cada palabra de Elton, empezó a afinar su instrumento. Elton regresó a la esquina donde me había dejado.
Elton- Disculpa hermano, pero debo ocuparme de todo. La presentación de esta noche, como todas, debe ser perfecta, debe ser la mejor.