(CR)
A las seis y media de la tarde, los restaurantes y bares del Parque de la 93 tienen apenas un par de mesas ocupadas. Diferentes ritmos ambientan la zona y poco a poco la gente va llegando de sus trabajos a pasar la noche del miércoles entre amigos, costumbre que tienen algunos bogotanos desde 1994, cuando se abrió el parque gracias a la Asociación Amigos del Parque 93. A medida que me voy acercando a Galería Café y Libro distingo a mis amigos, que me esperan en la entrada con una sonrisa. Le doy a mi primo con un fuerte abrazo, pues llevábamos tiempo sin vernos, luego saludo a mi amigo, quien me presenta a una amiga suya. Antes de entrar les comento que fuimos allí por recomendación de mi padre, quien ha ido varias veces y me dijo que tiene música buena y el ambiente es agradable, por lo que tenía grandes expectativas con el lugar.
Aristarco Perea Copete |
Nos sentamos frente a una pantalla grande donde se proyectaban fragmentos de concursos de bailarines de salsa y alguno que otro video musical de artistas pop colombianos. Como me habían dicho que el sitio era exclusivo de salsa, además de ésta y Son Cubano, no pensé escuchar Reggae, Jazz o música de Andrés Cepeda y Carlos Vives, lo que hizo de mi estadía en el lugar muy agradable, pues como dicen popularmente, en la variedad está el placer; en este caso, la variedad de música que ambienta el lugar.
A pesar de que pasé un buen rato y la música fue de mi agrado, me quedé con las ganas de ver la galería, pues lo único que encontré fue una pequeña vitrina con joyas de piedras y diseños colombianos ubicada en la entrada. En realidad esperaba ver cuadros o pinturas expuestas en las paredes o al menos en algún rinconcito (más delante descubrí que tras una gran puerta, cerrada en ese momento, el restaurante tiene un enorme salón, cuyas paredes sí están decoradas por pinturas de naturaleza). Lo que más me llamó la atención del lugar fue la puerta del baño: la pintura de una Mona Lisa desfigurada, sin ropa interior, orinando. También me quedé con las ganas del café, que según me dijo el mesero, solo venden hasta las cuatro de la tarde.
La proyección del documental, que debía empezar a las 8:30, inició a las 9:00 con apenas diez personas adentro y unas seis en la terraza. En mi parecer el evento no tuvo la acogida esperada porque no fue bien difundido. Aquella noche me quedó la sensación de desilusión, pues esperaba mucho más del restaurante. Al irme lo único que pensé fue “¿dónde está la galería, dónde está el café, dónde están los libros… y dónde está la gente que le da alegría y vida al lugar?”
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